El mito de Cristo by Gonzalo Puente Ojea

El mito de Cristo by Gonzalo Puente Ojea

autor:Gonzalo Puente Ojea [Puente Ojea, Gonzalo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Ensayo, Ciencias sociales, Espiritualidad, Historia
editor: ePubLibre
publicado: 1999-12-31T16:00:00+00:00


3. 5. Israel y la esperanza mesiánica

La naturaleza escatológico-mesiánica del Reino en cuanto cumplimiento de las promesas del Dios de Israel a su pueblo fiel define el carácter histórico de la empresa de Jesús, que nada tuvo que ver con la concepción cristiano-gentil y paulina de la predicación eclesiástica a todas las naciones y a todas las criaturas antes de que advenga la paurousía gloriosa de Cristo y el juicio final sobre el mundo.

Jesús predicó a su pueblo la inminencia del Reino mesiánico, emplazándolo a una reconversión radical desde el corazón para vivificar el significado de la Ley y su pleno y sincero cumplimiento. Sin alterar ni una tilde de la Ley (Mt 5.17-18), pedía la inmediata entrega existencial a Dios en humildad y obediencia. En Mc 13.1-30 —extraña pieza apocalíptica escrita ya desde la fe post-pascual, pero que aún conserva el acento escatológico del Jesús histórico—, cuando el lector debería pensar que se había alcanzado ya el clímax de las tribulaciones que anuncian la inminente presencia de Cristo en poder y gloria, se introduce súbita y extemporáneamente una cláusula de aplazamiento, en consonancia con los intereses de la Iglesia; «antes [primeramente, protón] habrá de ser predicado el Evangelio a todas las naciones» (v. 10). La cláusula se repite en forma de instrucción en la sección apócrifa del relato de Marcos: «Id por todo el mundo y predicad el Evangelio a toda criatura» (16.15), que reiteran Mt 28.19 y Le 24.47. Se supone que el Señor resucitado confirma solemnemente los títulos de legitimación de la Iglesia —como obra del Jesús en vida (Mt 16.18-19)—, para la cual el Pequeño Apocalipsis había habilitado, rompiendo el relato, un tiempo indefinido para completar la redención universal. Esta teología eclesiológica habría asombrado al Nazareno, porque sus perspectivas, sus esperanzas y sus convicciones correspondían a otro universo mental. Veámoslo.

En Mc 6.7 leemos: «llamando así a los doce, comenzó a enviarlos de dos en dos, dándoles poder sobre los espíritus impuros, y les encargó que no tomasen para el camino nada más que un bastón, ni pan, ni alforja, ni dinero en el cinturón, y se calzasen con sandalias y no llevasen dos túnicas»… Estas exhortaciones para un caminar presuroso y ligerísimo de impedimenta forman una unidad coherente con la ética del interím, con las normas para las vísperas del Reino. La misión no admite prórrogas ni dilaciones. Y agrega Marcos: «dondequiera que entréis en una casa, quedaos en ella hasta que salgáis de aquel lugar, y si un lugar no os recibe ni os escucha, al salir de allí sacudid el polvo de vuestros pies en testimonio contra ellos» (6.10-11). Que la misión era intencionalmente conclusiva queda corroborado por la puntual rendición de cuentas al mandante: «volvieron los apóstoles a reunirse con Jesús y le contaron cuanto habían hecho y enseñado» (Mc 6.30). Se operaba sobre el terreno y con la premura del instante final (eschaton).

¿A quiénes debían dirigir su mensaje los discípulos?… No ciertamente a toda nación y criatura, como se le hace decir al Cristo resucitado.



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